Dicen que ya en tiempos antiguos había habido ermitaños en la montaña de Montserrat. Eran hombres santos que se retiraban a vivir en alguna de las muchas cuevas que se esconden entre las rocas. Renunciaban a las cosas del mundo para consagrarse a la vida espiritual, y se ve que había que hacían milagros. Esto, claro, ya pasaba mucho antes de que se construyera el monasterio.
Joan Garí era uno de esos ermitaños. Vivió en el siglo IX, en tiempos del conde Wifredo el Velloso. Por su devoción a la Virgen y por su comportamiento virtuoso era admirado de todos. Al parecer, incluso la campana de la ermita de Sant Iscle, cercana a la cueva donde vivía, repicaba alegre cuando él pasaba por delante. Esta prueba milagrosa de la pureza de alma de Garí irritaba especialmente los señores del infierno ...
De modo que, para los demonios, arrastrar abajo esta alma tan valiosa era un reto bastante goloso. Hicieron consejo, y ahora veremos qué decidieron.
Un diablo, Belial, fue enviado cerca de Garí para tentarlo. Disfrazado de ermitaño, hizo como si se le encontrara casualmente yendo por la montaña. Mintió diciéndole que también vivía haciendo oración en una cueva y se mostró maravillado de conocerlo, ya que la fama de Joan Garí, le dijo, era inmensa y había corrido por toda la cristiandad. "Un hombre santo como vos debería estar en la cima de la Iglesia y disfrutar de la autoridad y los privilegios que se merece" añadió.
Para encender el deseo, le hizo ver a Juan las ásperas rocas de la montaña como si fueran construcciones extrañas, mezcla fantástica de abundancia y lujo. Pero el humilde Garí, aunque esta visión le había hecho bailar la cabeza un poco, se mostró inmune a la tentación de codicia que Belial le presentaba.
Había que jugar fuerte, y los diablos se inventaron una táctica mucho más retorcida.
En enviaron otro de ellos, de nombre Leonado por el aspecto magnífico que adopta, aunque por dentro tan podrido y chamuscado como todos sus compañeros. Este salió de bajo tierra seguido de un grupo de diablos a caballo, tomando la forma de un grupo de cazadores que desde Montserrat se dirigió a la ciudad de Barcelona siguiendo el curso del Llobregat.
Qué oscuro propósito guiaba la cabalgata frenética de estos personajes siniestros?
Barcelona era en aquellos tiempos una ciudad pequeña, y la llegada ruidosa de un grupo de caballeros tan vistosos debía ser inmediatamente conocida de todos. Y aún más llevando al frente un hombre de aspecto tan noble ...
Leonado acercó enseguida al palacio del Conde y se dejó ver de su hija, la princesa Riquilda. La bella presencia y las maneras refinadas del forastero seducir a la chica. El Conde se miraba la escena como si algo no estuviera suficientemente clara, pero no fue a tiempo de intervenir cuando Riquilda se dejó abrazar por Leonado y este, al tiempo que mostraba los cuernos y las alas entre grandes risas, apoderaba de su alma.
Todos los esfuerzos para curar la poseída fueron en vano. Los médicos, por supuesto, no tenían nada que hacer. Pero los sacerdotes, tampoco. Ni siquiera el obispo.
Finalmente, el demonio habló por boca de Riquilda, que se puso a repetir un nombre: "Garí, Garí ... traedme con en Garí".
Juan dudaba, desconcertado. Decía que no sabía nada, de exorcismos. Belial, aunque camuflado, le repetía al oído con delectación: "Y ¡qué hermosa! No la encuentra encantadora? "
"Más bella que el sol de la mañana y que todas las estrellas de la noche ..." susurró Garí. El diablo sonrió, tal vez era el único que la había sentido.
Entonces no se sabe muy bien qué pasó, si en vivir juntos Garí y Riquilda llegaron a amarse de verdad el uno al otro, o si él un día la forzó de mala manera. El caso es que el ermitaño pecó, y enseguida se sintió horrorizado. Ya no era un hombre puro. Como había podido caer?
Y en ese momento, como si el demonio todavía le soplara al oído, se dijo: "Sí, todo ha sido por causa de ella".
Al hacerlo, al querer reparar un error con otro de aún más grande, se abocó de lleno en la abyección más espantosa.
Así que la tuvo muerta a sus pies oyó una carcajada que resonaba por la cueva. Belial, su falso amigo y mal consejero, se sacaba el disfraz y le mostraba la silueta diabólica.
En Garí, aturdido y desesperado, se vio ya entre las llamas de infierno ...
Viajaría a Roma a implorar de rodillas la absolución del Papa, fuera cual fuera la penitencia que este le impusiera.
Abatido, paralizado por el remordimiento, en Garí veía a su alrededor la gente que trajinaba arriba y abajo, indiferentes al tormento que el reseca.
En realidad, pasar desapercibido le convenía, y marchar lejos también, no sea que el Conde enviara a buscar a su hija y, al no encontrarla, el persigue para matarlo. Garí sabía que merecía la muerte, pero no antes de obtener el perdón.
Se acercaban a la capital de la cristiandad. Ya le parecía ver la luz que desde allí iluminaba el mundo como un faro.
El castigo se había convertido en revelación. Era esta su finalidad? Había vuelto la bondad a invadir el alma de Juan Garí?
Quizás a Dios no le interesa tanto imponer penas a un desgraciado que ha obrado mal como conseguir que éste vuelva a ser bueno ...
Se quedaron muy sorprendidos. "Nunca habíamos visto un animal como éste" se decían. Y es que, con el tiempo, la ropa de Garí se había dañado, y el cuerpo entero se le había cubierto de pelo. Todo él había cambiado hasta el punto de que no se le podía reconocer.
"Llevamos-lo al Conde!". Estaban muy satisfechos de su hallazgo, y aún más al comprobar la docilidad de Garí, que no se les resistía.
Así permaneció varios días, pero la Providencia no la había dejado de lado ...
Sucedió que el conde Guifré había tenido otro hijo, el príncipe Miró, y que llegó el día de bautizarlo. A la hora del festín, y para divertir a los invitados, propusieron al Conde de exhibir ese raro animal que se habían encontrado en el bosque.
Sacaron Garí con una correa atada al cuello. Todo el mundo se maravilló. La nodriza que tenía el pequeño Miró en brazos se acercó para que el niño pudiera ver bien y entonces ocurrió el prodigio. El bebé, dirigiéndose al condenado, pronunció estas palabras: "Levántate, Garí, que Dios ya te ha perdonado!".
Todos se quedaron parados. Enseguida Guifré encaró con Joan Garí y le pidió, airado: "Vos, Garí ... dónde está mi hija? ¿Qué hicisteis? ". En Garí contarle la triste historia y ofreció el pecho a la daga del Conde, pero este se detuvo y dijo "no puedo castigar aquel a quien el Altísimo acaba de perdonar".
El ermitaño añadió que había enterrado la princesa cerca de su cueva. Guifré salió enseguida con sus hombres hacia Montserrat.
Cuando fueron al lugar que Garí les indicaba, comenzaron a cavar y a remover la tierra. Lo hacían con cuidado, para no dañar el cuerpo de Riquilda. Así que lo encontraron comprobaron admirados que la chica se mantenía tan bella como cuando estaba viva. El padre se acercó para abrazarla y ella abrió los ojos. Volvía a la vida!
Ante este nuevo milagro, todos los presentes cayeron de rodillas. Entonces Riquilda proclamó su deseo de retirarse a hacer vida religiosa y el noble Guifré se ofreció a construir en medio de aquellas montañas un monasterio, que ella regiría, para acoger mujeres que también quisieran consagrar su vida a Dios.
Joan Garí recobró su aspecto de antes. Volvía a ser un hombre. Dios se le había mostrado todo: el bosque, entre los bichos y delante de todos, pero sobre todo a su propio corazón. Ya no necesitaba nada y viviría aún muchos años en paz a su cueva de Montserrat.
Fuente: La historia de Fray Garí, una tradición de Montserrat.
Dibujos de Agustí Roca
Traducción en castellano Leyenda de Joan Garí : Inventari
Bonita historia. Me ha gustado mucho :-D
ResponderEliminarEs como si fuera el Antiguo y Nuevo Testamento apócrifos
Un beso :)
pues si... el espiral nunca cesa...
ResponderEliminarme gusta que te guste
beso de tornillo ;)