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La edición original del libro político quizás más célebre e importante de Europa, el Leviatán, publicado en 1651, llevaba en portada la imagen del Estado, el Dios mortal, compuesta por la agregación de cientos, de miles de personas, del pueblo. Esta es la fuerza del Estado, el origen de su legitimidad, el apoyo de la gente, del pueblo.
Ayer la gente catalana mostró al mundo su fuerza, su determinación y su voluntad. Más de dos millones de personas llenaron la Meridiana y lo hicieron de forma alegre, festiva, sin violencia, sin armas ni coacciones porque el poder del pueblo es pacífico pero irresistible. Porque es el poder de la razón.
Delante de él todas las argucias legales al servicio de la tiranía no tienen ningún resultado porque la reivindicación catalana de sobiranoa es justa y legal. El pueblo nunca puede ser ilegal y, llegado el caso de que lo fuera, habría que cambiar la ley ya que esta se hizo para la gente y no la gente por la ley. Los marcos jurídicos son siempre el reflejo de las correlaciones de fuerzas sociales; si estas cambian, cambiarán también, se quiera o no.
El pueblo catalán en la calle, reivindicó ayer no ya sólo su derecho a decidir, sino también su decisión por la independencia, pues, aunque las fuerzas reaccionarías crean que sus negativas, cierres y rechazos paralizan sus procesos sociales, esto no es así. De este modo, el mismo pueblo que hace 2 o 3 años reivindicaba su derecho a decidir, en la espera, ya ha decidido y lo ha hecho por la independencia, el grito como el ruido del mar, llenaba ayer la Meridiana. Si el gobierno de España tuviera un mínimo de dignidad después de la Diada de ayer, habría presentado su dimisión al rey. Claro que, teniendo en cuenta que los catalanes quieren la independencia para constituirse en República, el rey debería haber presentado su abdicación al presidente dimitido.
Esta situación desplaza el debate desde el pequeñeces legales y reglamentarias al terreno más fondos y trascendente de la legitimidad. La revolución catalana plantea algo nuevo que no es posible contrarrestar con argumentos ordinarios, engaños o amenazas porque se trata de un acto de poder constituyente, que es un poder originario, no concedido ni otorgado por nadie, inherente a la soberanía popular y que no debe ajustarse a ninguna legalidad preexistente ya que él mismo crea su propia.
En el caso catalán, la reivindicación independentista, mantenida con terquedad año tras año en cada Fiesta, cada vez más masiva, más representativa de la sociedad, no se puede frenar con las estructuras caducas de un Estado ilegítimo que se fundó en la decisión arbitraria de un dictador genocida a nombrar heredero sede en un Borbón.
No la puede frenar a un gobierno corrupto, compuesto por aristròcatres, franquistas y nacionalcatólicos respresentantes de la vieja oligarquía española centralista que lleva más de trescientos años desgobierno un conjuntos de pueblos y naciones, a las que ha explotado y negado sus derechos desde siempre .
Tampoco una pseudooposició servil respecto causa común con los caciques franquistas que sólo considera en peligro algunas de las estructuras básicas de esta dominación: el trono, el altar o el centralismo territorial.
Ante un pueblo en marcha, que tiene plena conciencia de ser una nación, y que quiere ejercer su derecho a constituirse en Estado, como lo ha hecho la inmensa mayoría de los que lo son hoy en el mundo, no sirven para nada tampoco los aparatos ideológicos tradicionales del Estado opresor. No sirven los medios de comunicación, empleados como máquinas de agit-prop y poblados para comunicadores en Soudé la oligarquía, que les paga con dinero público, por supuesto, o con los que saca ilegalmente por su cuenta. Tampoco la iglesia católica oficial, también mantenida con recursos de todos, creyentes y no creyentes, con sus leyendas, dogmas y justificaciones, ni con sus anatemas.
Sólo podría servir hipotéticamente la fuerza bruta, la acción de la policía o las fuerzas armadas, unas fuerzas armadas que llevan 300 años sin ganar una sola guerra que no sea civil y contra la propia población y que proceden de una transición africanista de intervención militar que es una de las causas del hundimiento y la ruina de España. Pero este recurso parece hoy descartado, no porque las convicciones democráticas de supremacía del poder civil hayan calado, sino porque la Unión Europea y el resto de Estados del continente no lo permitirían como se demuestra por la carta que treinta europarlamentarios han enviado al presidente español , avisándole del exabrupto de su ministro de Defensa, que insinuó la posibilidad de una intervención militar en Cataluña.
Esta impotencia del viejo poder español es el que tiene a todos sus servirdors a punto de un ataque de nervios y de agredirse unos a otros. El intento de llevar a Cataluña a un nuevo lerrouxismo anticatalanista bajo la forma ultracrítica de Podemos, fracasó en el primer mitin en el que su líder pretendió dividir familias. Igualmente, la debilidad del ministro de Asuntos Exteriores de admitir una reforma de la Constitución para lograr "un mejor encaixde Cataluña en España", algo en la que ya no cree nadie, se topó con la bronca del ministro del Interior , asegurando que la Constitución no se toca y que por ello están ellos para defenderla, aunque como se recordará, son los miembros del único partido que en parte votó en contra del texto constitucional cuando éste se aprobó.
El poder de la gente decidía a recuperar su dignidad y su autogobierno es imparable.
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